A veces, uno va por la calle, caminando y mirando al suelo… absorto ante tanto problema, sufriendo los rigores del calor.
Y me encuentro un vencejo adolescente que no puede volar y me mira muy serio y triste porque él no está hecho para ver gigantes que lo aplasten con sus pies del 45.
Su naturaleza está en el cielo, cazando mosquitos y volando sin parar, observando lo que hacemos los humanos y librándonos de insectos o mosquitos que este año parece que no han ido por la Isla a tenor del silencio en las comparecencias de políticos de otros veranos.
Lo recojo entre sus quejas y lo lanzo al aire. Recorre unos metros volando y vuelve a caer junto al Carrerón de los Gatos, salvando el solar donde en tiempos vivía Pepa la Peluquera. Todavía le falta un poco para volar alto.
No es plan de abandonarlo a su suerte y lo cobijo en mis manos. Iré a por comida y en unos días podrá volar libre. No me lo agradecerá pero eso no importa. A todo se acostumbra uno en la vida.
Mientras, me acompaña entre expedientes, preparando el Pleno del jueves, imagino pensando en su pitanza. Le pediré consejo a mi compañera Gloria Martín Rodríguez.